Existen diferentes tipos de lesiones cutáneas. Existen de manera simplificada: las lesiones benignas, las lesiones pre-malignas y las lesiones malignas.
Las lesiones benignas, como su nombre lo implica, no poseen características de malignidad (no crece en forma desproporcionada ni agresiva, no invade tejidos adyacentes y no hace metástasis a tejidos u órganos distantes) que pueda afectar la salud del paciente. Son ejemplo de ellas los nevus (“lunares”), granulomas, quistes, lesiones vasculares, etc.
Las lesiones pre-malignas son aquellas que pueden, en su evolución natural, transformarse en una lesión maligna. Son ejemplo de ello: la queratosis actínica, queratosis arsenical, el cuerno cutáneo, leucoplasias, etc.
Las lesiones malignas de piel poseen las características de malignidad antes citadas. Son ejemplos el melanoma en todas sus variantes, carcinoma epidermoide, carcinoma basocelular, etc.
La mejor forma de tratar las lesiones cutáneas dependerá de su clasificación. Normalmente serán extirpadas, intentando dejar la cicatriz lo más discreta posible mediante la sutura. Dependiendo de la sospecha diagnóstica, se procederá a extirpar la lesión con un mayor o menor margen de piel en los bordes. Si el tamaño o la localización de la lesión no son compatibles pueden realizarse cierres del defecto mediante reclutar tejidos vecinos (“colgajos”) o colocar un injerto de piel del propio paciente.
Si existen dudas sobre el diagnóstico de la lesión se enviará a analizar bajo microscopio, en lo que denominamos biopsia o examen anatomo-patológico.
En la mayoría de los casos se realizará una cirugía ambulatoria y con anestesia local. Todo estará determinado por el grado de la lesión.
Después de la intervención y el periodo de curación es importante evitar en lo posible la exposición al sol.